Jesús Quintero: «Juan Guerra me dijo que en los mercados le daban cosquis cuando estalló su caso»
El periodista Jesús Quintero (San Juan del Puerto, Huelva, 1940) cuenta que pasa largas temporadas en un pinar frente al mar, a quince minutos de Portugal, desde que terminó su colaboración con Canal Sur. Director y presentador de programas radiofónicos tan emblemáticos como «El hombre de la roulotte» y «El Loco de la Colina», es autor de varios libros («Trece noches» junto a Antonio Gala, «Cuerda de Presos» y «Jesús Quintero: entrevista»). El comunicador onubense estuvo tres años en Hispanoamérica entrevistando a todos los «perros verdes» argentinos y regresó para terminar con los españoles. Asegura haber realizado más de cuatro mil entrevistas («conducir al otro gentilmente hacia lo que el otro es, ni interrogatorio policial ni pirotecnia intelectual») y ha dado numerosas conferencias. Tiene un aula rotulada con su nombre en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Málaga.
Su padre, que era electricista, se llamaba José, y su madre, María.
Mi madre decía que yo era más raro que un perro verde y un ratón colorado. Mi infancia son recuerdos de San Juan del Puerto, el pueblo en el que nací hace mas años de los que quisiera. Siendo hijo de José y María parecía inevitable que me bautizaran con el nombre de Jesús. No éramos la Sagrada Familia ni muchos menos, pero sí recuerdo momentos de ausencia en los que llegué a sentirme como el poeta Juan Ramon Jiménez, «un niño dios», correteando libre y feliz por los campos buscando nidos y haciendo mil diabluras. Como mi gente, crecí a la intemperie, jugando en las calles, viendo parir a las yeguas, morir a los viejos, observando la vida y la muerte, su eterna lucha su movimiento con mis curiosos y asombrados ojos.
Quiso ser actor. ¿Qué ocurrió?
Llegué a interpretar con grupos de aficionados algunos papeles, que me valieron los primeros aplausos y un cierto resquemor de un actor frustrado. Con siete años quería ser protagonista en el entierro de mi abuelo. Todos me miraban y les daba pena ver a un niño detrás del féretro camino del cementerio. Me trasladé a Sevilla para hacer la mili en Tablada, y allí conocí al comandante Barrionuevo, presidente de la agrupación teatral Álvarez Quintero.
Fue un conocido hombre de la radio el que le reorientó de las tablas hacia ese medio en el que triunfó.
Fue al final de una actuación en el teatro Lope de Vega, cuando se me acercó Rafael Santiesteban y me habló de las posibilidades de mi voz para la radio. Una voz que, según dijo, llegaba a la última fila.
¿Y llegaba?
Procuré siempre que mi voz llegara a la última fila, a la fila de los solitarios, los desobedientes, los perdedores, los rebeldes, los nadadores contracorriente, los que se resisten a aceptar el juego sucio de esa vida superficial, frenética y mercantilista.
¿Cómo llegó al «loco»?
No quería leer noticias en RNE y quería huir de la frialdad de un estudio de radio y presenté el proyecto «El hombre de la roulotte». Ahí empecé a ver al loco en el horizonte. Me compré una roulotte, la convertí en un estudio rodante de radio, la llené de libros de viajes y sartenes, y me recorrí España de pueblo en pueblo transmitiendo el latido de la vida cotidiana. Me paraba en la roulotte y entrevistaba a un autoestopista, a un cazador furtivo o a uno que estaba pescando truchas.
De ahí llegó a «Para Mayores sin reparos» en RNE.
Nunca estuve de acuerdo con ese nombre pero RNE me encargó un programa nocturno. Una madrugada, mientras hablaba sobre la música de la conocida canción de los Beatles «The fool on the hill» dije que me sentía como un loco en una colina. Los oyentes reaccionaron inmediatamente y a partir de entonces, nadie pudo evitar que el programa se llamase «El loco de la colina» aunque mi insistencia me costara una suspensión de tres meses.
¿Por eso se metió en un sofá y no quiso salir de él en un año, como hizo un tío de Caballero Bonald?
Yo estuve mucho tiempo en el callejón del agua mirando al vacío Llevo en psicoanálisis más de veinte años. Abandoné todo por la depresión. Cuando hacía «El hombre de la roulotte» bebí agua de un pozo y me puse malísimo. Ahí fue cuando entré en la depresión. Es una cosa tremenda que te hunde, te destroza y pierdes la memoria. Se apaga todo.
¿Cómo salió de ahí?
Poco a poco. A veces solo veía un perro en la calle y nada más. Me ayudó mucho un psicoanalista de Sevilla que dirigió un manicomio durante diez años. Yo vine a Sevilla a retirarme y un amigo de RNE me vio así y me dijo que volviera a la comunicación. Yo le dije que no tenía nada que decir y que por eso me había retirado. Pero al mismo tiempo voy a la discoteca de la emisora, selecciono unos discos y hablo. Y mando un programa piloto. El director de RNE dijo que el programa inducía al suicidio. Y yo le dije que tenía razón. Pero a partir de ahí se bloquearon las centralitas y me pidieron que continuara el programa. Abderramán dijo que en su vida solo había tenido diez días de felicidad y yo los tuve a partir de ese día. Me llovieron los premios: el Rey de España, la agencia Efe y muchos más. A pesar de ello sigo hecho polvo pero, poco a poco, con el psicoanálisis, fui saliendo. Aunque al final me hundí más.
¿Volvió al «callejón del agua»?
Sí. Ahora ya no porque con el paso del tiempo se pasan los peligros. Ya no me afecta tanto el estrés. Es verdad que estuve a punto de volverme loco. Yo siempre fui muy creativo, quería ser verdad y siempre me obsesionó ser honrado ante el micrófono.
¿Cómo surgió «Radio América»?
En Buenos Aires y al calor de su gente permanecí una larga temporada en la que realicé una serie de interesantes entrevistas de perros verdes argentinos. A mi regreso a España con el recuerdo de una experiencia inolvidable, ya legalizada y con papeles en regla por fin se presentaba con su definitivo nombre «Radio América»: con ello pretendía poner al servicio de mi tierra mi experiencia profesional y humana y tener la libertad e independencia necesaria para desarrollar la radio que siempre he soñado. Apostando por una radio original, bella y viva, comprometida con el hombre, la naturaleza y la vida, basada en la calidad de sonido y de palabra, en la cuidada selección de temas musicales y textos, dichos por las mejores voces de la comunicación española: Teófilo Martínez, Abilio Fernández, José María del Rio, los grandes dobladores del cine. Primero fue Radio Pirata, pero era demasiado y naufragó en el intento. De sus cenizas, nació radio Romántica, que estuvo emitiendo sin licencia durante dos meses para evitar daños mayores tras la amenaza de cierre forzoso, incautación de equipos y multa de diez millones de pesetas por parte del Ministerio de Turismo, Transporte y Comunicaciones.
¿Él éxito y el fracaso son, al final, lo mismo?
He vivido en pensiones con pulgas y en hoteles de cinco estrellas. Mi éxito fue haber creado un estilo, sentirme escuchado, saber que tengo amigos que nunca veré. La fama aburre, la gloria pesa, el poder corrompe, el dinero esclaviza y perturba, el amor se muere, la pasión se acaba y termina en los juzgados. Los sueños, si algún día se alcanzan, decepcionan. La historia de una vida cualquiera que sea es la historia de un fracaso.
En «El perro verde» se reía de algunos de sus entrevistados.
Yo nunca llevé a ninguna persona a mis programas para reírme de ella. Yo me reía con ellas. Le di el mismo tiempo a los presidentes o políticos que a los marginales, pero me gustan más estos últimos porque son más verdad. A ellos les daba igual todo, la entrevista y la televisión. El Penumbra, el Jorobado de NotreBarbate y todos esos a los que quiero. Cuando enterramos a «Peíto», un bohemio extraordinario, íbamos el Perejil, Risitas y yo. Y vemos en una de las tumbas un escudo del Betis entero y el nombre del muerto muy chiquitito en color negro. Y le pregunto a Risitas si se había fijado y me dice: «Jesús, eso debe de ser del año que bajamos a segunda». Recuerdo otro día que me robaron 80.000 pesetas en el hotel Don Pepe, de Marbella. Ese día había quedado con el Beni de Cádiz y con Picoco y se rieron de mí.
Con Picoco tiene muchas anécdotas.
Picoco se dedicaba a organizar fiestas flamencas y le hizo una a una princesa en París. No llegaban los flamencos, como ocurre siempre, y le dijo la mujer a Picoco que le iba a enseñar el palacio mientras llegaban. Le explica que aquello es una silla Luis XIV y al otro lado un ropero Luis XV, y dijo Picoco: «¡Señora, qué dos pedazos de carpinteros!». Conocí a gente extraordinaria como el cura Diamantino. Se metió con Amigo Vallejo y cuando murió fue él quien quiso oficiar su misa. También conocí en la embajada de España en La Habana a García Márquez. Se acercó y me dijo que escuchaba todas las noches mi programa cuando estaba viviendo en Barcelona. Ahí me di cuenta de a dónde llega la radio.
Antes, pocas personas sabían cómo era el que hablaba en la radio.
En la radio tú sugieres y el oyente completa mentalmente. No importa que tú seas cojo o feo. Si tú tienes una buena voz, el otro imagina lo que le dé la gana. Es más verdad que la tele, donde todo está preparado.
Pero a usted le gusta mucho hacer televisión.
Cómo me gustaría hacer un programa que se llamara «Las orillas del sol» que se emitiera en España y los canales de Hispanoamérica con todos los españoles e hispanoamericanos universales. A mí me encantaría hacer ahora dos cosas: un programa en la biblioteca del Senado que se llamara «El candidato» y entrevistar allí a los más sabios de la Tierra. Y el reencuentro de «Cuerda de presos», saber qué ha sido de ellos. Es increíble que siendo medalla de Andalucía y con más de 150 premios que Canal Sur -al que yo le llamaría Canal Andalucía- no apruebe mis proyectos. Lo malo es que en la calle los andaluces me piden que vuelva y a mí me encanta hacer televisión para los andaluces. Puede que no seamos una región muy ilustrada pero los árabes estuvieron aquí setecientos años y llegamos a tener diecinueve parlamentarios en el Senado romano. La gente en Andalucía sabe mucho y es muy lista y se queda con la copla y con el compás. Cuando yo hago un silencio, saben que es por algo. Los andaluces lo llevamos en la sangre.
Usted entrevistó a Juan Guerra, que también sabía mucho.
Yo conocía a Juan Guerra y era muy simpático. Cuando saltó el escándalo, un poco antes de entrevistarlo, me dijo: «Jesús, ¿tú sabes lo que es estar en un supermercado y que la gente te dé cosquis?». Yo le dije que saliera a la palestra pública y dijera la verdad. Pero él se convirtió en un fenómeno mediático y yo siempre digo que los monstruos, mirados de cerca, no son tan monstruos. Llegamos a un acuerdo con su abogado para entrevistarlo en televisión pero al final cambiaron los planes y dijeron que la primera entrevista se la haría Mercedes Milá, entonces una estrella de la televisión nacional. Pero yo tenía que viajar a Italia y decidimos grabar la entrevista antes de la de Mercedes. Invitamos a las agencias de noticias para que tomaran nota y yo le pregunté al director de TVE si «como periodista guardaría una exclusiva».
Mercedes Milá se enfadó bastante con usted por romper ese acuerdo y darla un día antes que la suya.
Sí. Nos encontramos a los pocos días y me lo reprochó. Lo peor fue que ella fue a matar a Juan Guerra en esa entrevista para hacer algo diferente a lo que yo hice el día anterior y eso le costó el puesto.
Ha criticado a menudo la censura en los medios de comunicación. ¿A qué se refiere exactamente?
Todos los que nos dedicamos a esto sabemos que la censura existe. Y si alguien se pasa para eso están los tribunales y las tribunas, los tribunales para querellarse y las tribunas para responder aquello con lo que no estamos de acuerdo. Debes tener cuidado con lo que dices del Gobierno, así es que tenemos que seguir con el air bag. Algunos tienen hasta ocho air bags y no me refiero sólo al último modelo de coches que anuncian los famosos, incluso los campeones del mundo y las estrellas del espectáculo, incluso los locutores de informativos.
Estoy preparando un libro con mis entrevistas prohibidas, censuradas y manipuladas. Le dije a Pilar Miró cuando dirigía TVE que me gustaría entrevistar a Tejero y ella me dijo: «Sería una preciosa entrevista para el archivo». Cuando yo entrevisté a José María García se formó una tremenda. Se metió con Aznar, Florentino Pérez y Luis Fernández, entre otros. Eso le costó la salida a él y también a mí. Me había gastado 50 millones de pesetas en otro programa y me lo cancelaron tras esa entrevista, que salió censurada.
Ha tenido mucho éxito como comunicador pero en los negocios que emprendió no le fue igual: Café Placentines, Montpenssier, Radio América, Teatro Quintero… ¿Se metió en demasiadas cosas o simplemente acabaron superándole?
Conocí a mucha gente que no conozco, como decía el poeta. Me tocó uno como el de Luis del Olmo y no me he enterado de nada porque estaba en lo que estaba, que era crear. Todo lo que gané en los medios de comunicación lo perdí en el café Placentines, en Radio América, en Montpensier y en el Teatro Quintero.
¿Tiene aún deudas de esos negocios?
Yo cometí un gran error, que fue alquilar en vez de comprar. Tú puedes ganar trescientos millones pero el tiempo pasa muy rápido y veinte años no es nada. Me gasté un dineral en alquileres y me podría haber comprado el teatro Quintero el edificio del café Placentines. Solamente en hierro, Montpensier tiene 100 millones de pesetas. Se lo encargué a Manzano, un gran arquitecto, culto y sabio. Me gustaría que ese edificio municipal se convirtiera en un escuela de comunicación dentro de un gran proyecto cultural.
Dicen en las revistas que está arruinado.
Todo está en manos de un abogado y se va pagando. Poco a poco. He tenido en nómina a doscientas personas entre la radio, televisión y mis negocios. Solo puedo decir que lo siento y que aquí estoy.
¿Cómo ve la radio y la televisión que se hacen hoy?
Mire usted, lo malo es malo, aunque lo vean ocho millones de espectadores. Decía Lope de Vega «porque las paga el vulgo es justo hablar en necio para darle gusto». La audiencia para mí es una persona atenta, interesada, inteligente, libre, con criterio, con sensibilidad, comprometida con el hombre y con sentido del humor. Decía Orson Wells que la radio era una mina abandonada y yo diría que la televisión es una mina abandonada y saqueada que está en manos de personas sin escrúpulos a las que sólo les importa la audiencia. En ese clima propuse un programa entrevistando en la catedral de Sevilla a García Márquez, Octavio Paz, Borges… todos aceptaron mi entrevista. Pero todo se demoró y tuve la idea y el placer de grabar una serie de televisión con Antonio Gala, grabé «13 noches», un programa que se rodó en Andalucía con el que pretendíamos reivindicar la palabra, la sabiduría frente a la superficialidad que inunda los medios. Una mesa, una luz, dos hombres, la noche y la palabra eran los únicos elementos, después no pude hacer las entrevistas concertadas a los escritores citados.
¿Cómo ve el futuro del periodismo?
La historia del mundo no es posible sin el periodismo, pero ahora los medios de comunicación y especialmente la televisión pueden cambiar un país y una sociedad; la prueba es que la ha cambiado. Siempre he creído que la calidad y la popularidad no están reñidas. La gente tiene mejor gusto de lo que piensan los directivos de las televisiones. Ser es ser visto. Los mercaderes y los políticos aprovechan el medio más poderoso de todos los tiempos para vender su mercancía. El morbo, la frivolidad, el sexo y el sentimentalismo barato y de lágrima fácil se han convertido en el único reclamo para atraer la audiencia a la que se alaba, alimentando sus más bajos instintos.
Fuente: ABC Sevilla
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